volcán
martes, 28 de octubre de 2014
Tic tac
Tras un estallido cegador de dolor punzante y sin saber muy bien cómo, al fin lo tenía en mi mano, suave y cálido. La roja savia pegajosa chorreaba entre mis dedos, casi quemándome la piel.
Un olor metálico empalagaba mi garganta. Al principio, pareció que quisiera escabullirse y regresar a su hueco, entre el segundo y quinto espacio intercostal del lado izquierdo, pero lo sostuve con firmeza y cariño y ese temblor extraño se fue apaciguando, lentamente, casi de forma imperceptible. El vaivén rítmico de la vida se fue debilitando, y el fluir vital era cada vez más leve, como hundiéndose en un sueño oscuro y profundo.
La paz de sucumbir se hizo tangible.
Y después, el silencio.
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